Mi adolescencia es algo de la cual no tengo los más gratos recuerdos. Siempre fui muy cerrada, curse en cuatro colegios diferentes, así que, por lógica, todos los años me “enamoraba” de uno diferente y sufría por todos ellos, porque no me “daban bola” …claro!!!, como iba a suceder eso si a nadie le contaba lo que me pasaba???. Quizás esperaba el milagro de que alguien fuese capaz de poder entrar en mi interior y averiguarlo sin darme cuenta de que iba a ser un poquitín difícil que eso sucediera.
Dejando por un rato de lado mis situaciones sentimentales, voy a hablar de cómo era yo con respecto los demás: FRIA, sí..era fría y cuando nos mudábamos, no lograba extrañar a nadie, años después descubrí que tal vez, era una coraza que fabricaba en mi corazón para no sufrir cada vez que debía “desprenderme” de mis amigos, y tanto había bloqueado mi mente de todo…que ni siquiera había aprendido a crear proyectos.
Un día, a poco de terminar quinto año, mama me pregunto qué planes tenia para cuando egresara, le conteste: “NINGUNO”, que triste no?, como puede ser que una adolescente de 17 años ni siquiera supiera que carrera seguir un vez que se hubiera graduado?.
En febrero de 1990, debía tener más o menos decidido que estudiar, arrastraba conmigo Matemáticas de cuarto año (esta materia y yo hasta el día de hoy no somos compatibles), me decidí por el profesorado de hipoacusicos, pero no me aceptaban con una previa. Me dije “BUENO, VAYAMOS POR LA OTRA OPCION QUE TANTO ME ATRAE: CRITICA DE CINE”, la respuesta fue NO!, carrera muy cara de la cual mis padres no estaban en condiciones económicas de sustentar. Qué hacer ante tanto desanimo?. Nunca había sido una buena alumna, no porque no diera la inteligencia, se debía que no me gustaba estudiar, no para dar un examen, a mí me conformaba con saberlo para mí y punto. Cada vez que me presentaba a una evaluación, sentía tanta presión que mi mente se ponía en blanco, así que me la pase durante cinco años rindiendo en diciembre marzo y junio.
No había muchas carreras que me atrajeran, o mejor dicho, como típica geminiana…quizás me gustara un poquito de todo, así que me decidí por Ciencias de la Información (periodismo), carrera que solo se da en Córdoba, era la única en la que me aceptaban con una materia previa.
En toda la secundaria mama me había acompañado a mi primer día de clases, pero ya contaba con 17 años (ya que cumplía los dieciocho n mayo), y no podía ir con ella (seria vergonzoso pero a su vez me sentía sola), así que me anime y le hable al primer chico que se encontraba solo sentado en el tronco de un árbol. Él era de La Pampa, que mejor que entablar conversación con una persona que no tenía amigos aun?, fue así como conocí al primer amor de mi “adultez” jajajaja, poco a poco fui haciéndome de un grupo en el cual me hacían sentir muy cómoda ya que era la más “chiquita” al comenzar el año lectivo.
Obviamente y como siempre con el pampeano nada paso, solo miraditas en las cuales yo me convencí de que el sabría que me gustaba….pero no, que ilusa, perdiéndome siempre de vivir quizás los mejores momentos pensando que la gente era adivina y que con solo fijar mi vista en ellos, tendrían en claro mis sentimientos.
A los dos años, me dicen mis padres que nos mudábamos a Buenos Aires…por Dios!..perder al que me gustaba ese año! (ya no era el pampeano, era otro muchacho al cual le estaba dando a entender a través de mis ojos lo que me pasaba). Ya me sentía cansada, dejar a mis amigos, mi carrera, mis bailes de los sábados en el Comedor Universitario, no contaba con muchas ganas de comenzar de nuevo, otra no quedaba, papa no me iba a dejar sola en Cordoba, por más que mi abuela estuviera allí, así que…para Baires arrancamos, eso sí, cuando puse un pie en el micro…me prometí nunca más volver a donde vivía, empezaba a desprenderme de parte de mi pasado.
Y hasta aquí llegue con una parte de mi vida, en una de las provincias más hermosas de la República Argentina
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